martes, 15 de noviembre de 2011

Vendetta

          Miré al rededor, todo continuaba en la misma penumbra. No escuchaba nada; llegué al infierno y estaba bajo la tierra en solitario, empapado en sudor, sediento. No podía hablar muy bien, tenía imposibilitada la boca y las extremidades. Poco a poco recuperé el sentido — ¡Estoy Vivo! Me acostumbré a la oscuridad y noté algunos relieves negros; figuras amorfas estaban frente a mí, secreteando, hablando de mí. Las punzadas intermitentes en la cabeza se encajaban, avanzaban por los nervios de cada parte de mi cuerpo, sentía dolor al máximo, estaba golpeado. Llegó hasta mi nariz el bizarro olor metálico de sangre, fue tan fuerte que me sentí mareado e imagine las manchas rojo-oscuro secas con la piel molida. Intenté zafarme hasta que concluí que estaba sentado en una silla muy incómoda, atado de tal forma que tenía acalambrados pies y manos que se ubicaban detrás de mí, en la espalda.
         — ¿Qué me pasó?, ¿En dónde estoy? Es imposible desatarme, no podré conseguirlo— dije para mí; la desesperación embargaba mi ser, me balancee para intentar moverme pero en el acto caí al piso hacia el lado derecho, aplastándome el brazo, grité y lloré hasta que me quedé dormido.

          Abrí los ojos, pensando antes que todo había sido una pesadilla pero, la decepción fue grande cuando supe, si es que la vista no me fallaba, que me encontraba situado en el mismo lugar. Ya no estaba en el piso, alguien levanto mi silla. — ¿Hay alguien ahí? Auxilio por favor, te daré dinero, tengo casas— vociferé con fuerza  y dificultad pues tenía algo que me prensaba la boca, parecía un pañuelo o algo de tela, no obtuve respuestas. No podía recordar lo que había pasado, no tenía idea alguna del por qué me encontraba yo en tan menesterosa situación. —Dios, ayúdame por favor, soy tú hijo perdona mis ofensas.

          Pasaron algunos minutos, tal vez fueron horas. Se me cuarteaban los labios y la garganta seca. Escuché algo, un leve sonido, el corazón se me aceleró, alguien estaba cerca. El ruido aumentó y de pronto una luz en forma rectangular y en medio la silueta de una persona, debía ser un hombre por la corpulencia. Avanzó un poco a un barandal de una escaleras, dejó la puerta abierta con esa luz cegadora y bajó.

          Se posó frente a mí, no pude distinguir su cara pero se acercó lo suficiente para que pudiera notar algunos detalles, llevaba una barba larga y un sombrero, algo llevaba en la mano.
          — ¿Quién eres tú? ¿Por qué me tienes así?— reclamé indignado. El sujeto no hizo más que darme una cachetada y quitarme la mordaza de la boca. — ¡Por favor, libérame!, te juro que conseguiré dinero, todo el que necesites.
        — ¡Así que tú piensas que esto se trata de dinero! estás muy equivocado. Esto se trata de venganza y la venganza no tiene precio.
        —Yo no te conozco, no te he hecho nada. ¡Me confundes! suéltame por favor.
       —Eres una basura, morirás porque así debe ser y tu carne se agusanará y tú alma estará eternamente ardiendo en el infierno; yo te mataré y también iré ahí para seguir destruyéndote, aún después de la muerte.
       —Por favor, suélteme— supliqué llorando, tenía miedo, mojé los pantalones.
       —No implores, morirás.
       —¿Por qué? ¿Por qué me odias y quieres matarme?
       —Ahora tienes 38 años y eres una basura, ya lo eres desde siempre. ¿Recuerdas tú vida a los 16? Soy el padre de Rosy, la niña que murió por tu culpa a los 10 años. La niña a la que con engaños llevaste lejos, invitándola a jugar y violaste, destruiste su vida y la mía. Huiste después, tus padres adinerados no podían permitir dañar la reputación familiar.

        Quedé callado, recordé el incidente, el mismo que no me deja dormir por las noches, el mismo que me hace llorar y odiarme, el mismo que me recuerda que yo no merezco vivir.

          —Yo sé que te arrepientes, pero ya no tiene solución. Te he visto en la iglesia, imploras por tú perdón. Ella se suicido, una niña no hace eso, una niña piensa en juegos. La amarraste, jugaban a los ladrones, después levantaste su vestido, ella te preguntó qué hacías, la engañaste de nuevo, le dijiste que jugarían al doctor y la tocaste ella se quejó, no quería, estaba asustada. La obligaste a callarse y como no cedía metiste uno de tus asquerosos calcetines a su boca, tomaste sus delicadas piernas, la abriste para penetrarla un sin fin de veces, lastimándola, robándole todo en la vida.
         — Señor, perdóneme, lo juro que yo jamás me he perdonado por eso, en ese mismo instante yo ya me sentía miserable. Llegué a mi casa, tomé una de las pistolas de mi padre y la puse en mi boca, quise jalar el gatillo, pero ellos llegaron y me detuvieron, les conté todo y nos fuimos— las lagrimas me escurrían, desgarré la garganta en un chillido.

         El hombre levantó el brazo y coloco dentro de mi boca una barra fría, era una pistola y agregó —Hoy te cumpliré el deseo, te volaré los sesos.
Tomé un último respiro, pedí perdón otra vez, a él y a Dios. Mi vida estaba por terminar y entonces...


        ¡BAAANNGG!


        Morí. Mi cerebro quedó derramado por la pared y el piso. Es lo que merezco, es lo justo.














.


                                             Esa Maldita Yo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Opiniones: