lunes, 26 de diciembre de 2011

Lluvia

La mañana me miraba triste con un sol oculto entre nubes que anunciaban la prontitud de la lluvia. Los relieves del piso de la solitaria y callada estación del tren me mostraban paisajes imaginarios, que presentaban en mi cabeza los verdes campos Suizos. Los recuerdos de una tarde de verano en aquella casita azul y techo blanco regresaban a mi paladar el sabor de las frutillas que nacían en tremendas cantidades en los arbustos cercanos a la vena de río que pasaba por ahí. Todo era tan lejano, ahora no estaba más en aquél lugar. Esperaba el tren el que me llevaba de vuelta a otro sitio. 

Las vías sin fin, viejas, oxidadas y marchitas como mi propio espíritu desvanecido en la multitud de partículas que rondan eternamente, mencionaban que aún estaba aquí, existía.

Pero mi camino ya no era claro y nada podría despertarme si yo regresaba. Tomé un cigarrillo maltratado que saqué de uno de los bolsillos de mi vieja chamarra. Tragué el humo y me levanté del asiento. 

Caminé lento dejando atrás, en ese asiento de aquella estación, la única y pequeña maleta que contenía apenas ropa, el boleto y el tren que silbaba, chillando que en cinco segundos quedaba estático.

Inicie lo que me quedaba de vida con un cigarro encendido, mi billetera y el cuadernillo de vivencias que jamás me abandonará. La lluvia cayó de repente fría y reavivante, mojándome en gran parte.















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