sábado, 24 de diciembre de 2011

El Accidente Navideño

Iba cierta madrugada caminando por un solitario parque de Nueva York. Tenía los pies congelados y la chaqueta cubierta de nieve. Ya no sentía la nariz y tampoco las orejas. Mi vida era un total fracaso. Lo admito, estaba ebrio y desempleado. Mi prometida me dejó después de seis años de noviazgo para irse con tipo millonario y mayor que ella por mucho, usaba pastilla azul. Mi madre había muerto, mi padre era un vagabundo perdido y drogadicto. Habían embargado mi casa y me quitaron el auto. Me robaron a Trinny, mi querida y malhumorada perra schnauzer al igual que mi billetera con todas mis tarjetas de crédito e identificaciones.

Acomodé mi cansado trasero en una banca y disfrute del silencio nocturno acompañado de mi única compañera, una enorme botella de whisky barato y de pésima calidad. Cuando al fin el sueño llegaba como un héroe para alejarme de la realidad de este mundo, un fuerte y lejano ruido distrajo mi atención, sentí en las piernas la vibración de un golpe, creí, entre mis alucinaciones, que se trataba de un enorme elefante volador que había caído del cielo.
Caminé despacio siguiendo el eco del ruido que aún resonaba inquietamente en la profundidad de mis oídos, en el fondo, la única explicación que consideraba era la del elefante volador.
Entre los árboles pude visualizar un enorme bulto oscuro, envuelto en sombras pero, ningún ruido, ningún movimiento. Seguí caminando hasta quedar a escasos dos metros de la criatura. Me llevé un tremendo susto cuando de golpe y sin previo aviso, la figura se iluminó por completo, adornada de bellísimas luces blancas y rojas además de canciones navideñas. No podía creerlo, era 24 de Diciembre y tampoco podía creer que frente a mi estaba un gigantesco trineo, con renos, un costal de al menos 10 metros y un gordo sujeto con barba blanca e  inconsciente. Era muy difícil de creer, pero estaba seguro que, aunque era tan obeso como un elefante, se trataba del auténtico Santa Claus. Era mi gran oportunidad, el podría ayudarme.
Puse en su boca un chorro de whisky y golpeé ligeramente sus redondas y rosadas mejillas. El tipo comenzó a reaccionar hasta que al fin pudo abrir los ojos. Tosió y poniendo una cara de rechazo dijo que el whisky era realmente asqueroso. Me disculpé y expliqué a Santa lo que había ocurrido. Él movió la cabeza, se sentía aturdido.

Después de algunos minutos me agradeció por ayudarlo y me dijo, un tanto acelerado que debía irse pues ya había perdido mucho y debía entregar muchos regalos aún. Intente explicarle a Santa mis problemas y pedirle ayuda, pero el tenía tanta prisa que dijo que hiciera una carta y tal vez el siguiente año podría ayudarme. Jaló las riendas de sus renos y se despidió.

Estaba confundido, Santa no me ayudaría y si él no lo hacia, ninguna persona lo haría. Me enojé, el gordo me ignoró y ahora simplemente se iba. No puede controlarme, tomé la botella de whisky entre mis manos, lo miré directamente a los ojos y dije Adiós Santa Claus para impactar la botella en su cabeza. Trozos de vidrio quedaron esparcidos en la nieve y una gota de sangre escurrió. Los renos se alteraron y los nervios me invadieron.

Presuroso tomé el costal y lo arrastré con todas mis fuerzas, el resto es historia. Ese año Santa Claus no llegó. Los padres de cientos de niños tristes salieron a buscar costosos juguetes en tiendas caras. Yo vendí todos los juguetes del costal. Junté mucho dinero, tanto que pude abrir mi propio negocio, una jugueteria “Los Juguetes de Santa“ ahora soy rico, mi vida quedó resuelta desde aquella noche. Yo sé que arruiné la navidad y seguramente Santa me odia pero, todo va bien, no lo maté. Al siguiente año el regresó al trabajo y entregó regalos por todo el mundo.

Yo tengo muchos clientes, los padres de los niños siempre vienen a comprar juguetes, se previenen por si Santa Claus no llega a repartir regalos para navidad.

Jo-Jo-Jo


Bruja Grinch

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