miércoles, 16 de mayo de 2012

Caminando con Elvis

Estábamos en aquél bar de la Sidney Av. con su estilo campestre. Los murmullos de todos los que nos hallábamos concentrados se reducían por los altos graves y agudos de la rocola sesentera. La luces neón de varios colores me hacían pensar a ratos que estaba en la cabina de alguna nave extraterrestre y que los bailarines de la pista, con esos movimientos exóticos, eran aliens enfermos que convulsionaban con el sonido de la música. Como en Los Marcianos Atacan, temía que en cuestión de segundos cayera sobre mi tarro de cerveza el moco verde que vuela cuando les estalla el cerebro. 

Elvis, dentro del enorme cuadro, me miraba fijamente a los ojos y decía -Sácame de aquí, no lo soporto más. Pero yo no podía hacer nada.

Tú estabas frente a mi, tan guapo como siempre. Llevabas la chamarra del ejército, la misma sobre la que lloré hacía tres años antes de que te fueras a la guerra. Tu rostro cambió, te veías más duro y menos expresivo. No sonreías y te perdías dentro de la profundidad de tu vaso con hielo y Whiskey. Recordaba perfectamente cada una de las cartas que me habías enviado y con exactitud todo lo que contesté. Al principio decías que volverías y que después, podríamos estar juntos. En las últimas me robaste las esperanzas, conociste a alguien, Lily. 

Yo no supe qué hacer cuando recibí hace quince días tu carta después de meses sin saber de ti, escribiste claramente que volvías. Me sentía emocionada, feliz. Tal vez Lily, tu novia alemana y secretaria del coronel había pasado a la historia y regresabas a salvar nuestras promesas de amor.

Me saludaste con un beso en la mejilla y me contabas todo lo que habías pasado en el ejército. Pero estabas triste, preocupado, lo supe desde el primer momento en que te vi. De pronto, suspiraste y tomaste de un trago todo el contenido de tu vaso y casi, como planeado los Righteous Brothers comenzaron a cantar, a través de la luminosa rocola, Unchained Melody y presentí algo, sentí que mi espina dorsal se enderezó y conjuntamente recordé fragmentos de Ghost. Inesperadamente tomaste mi mano en ese momento y me llevaste a bailar. me abrazaste y recargué como antes mi cabeza sobre ti. Tenía ganas de llorar y no podía entenderlo, entonces te acercaste a mi oído y dijiste, con la suavidad de la seda - Nunca he dejado de amarte, todos los días que llevo sin ti han sido una muerte lenta que me apaga el corazón, lo hace lento. Guardo tu fotografía siempre en mi bolsillo izquierdo y al dormir, bajo la almohada. Y fui yo quien robó tu perfume, rocío siempre un poco en mi muñeca para sentir, al olerlo, que estás conmigo. Mentí, no siento ninguna atracción por Lily, nunca la he amado. Ella además se de ser la secretaria del coronel, es su esposa y una buena amiga. Te mentí, quería que me olvidaras. Pero me di cuenta, que yo nunca pude olvidarte, tu recuerdo se aferraba a mi carne y me rasgaba la piel todos los días cuando intentaba desprenderlo. Nunca olvidé tu voz, tus ojos o tus manos y lloraba, lloraba algunas noches anhelando tan solo un beso tuyo. Pero todo esto tengo que guardarlo y tu debes fingir que no escuchaste nada de esto porque no puedo quedarme. Debo volver a la guerra, mis tropas irán al frente, ahora soy sargento y de ésta, no sé si volveré. Tampoco quiero que me esperes porque tal vez ya soy ahora un fantasma.

No pude contenerme, de nuevo derramé lágrimas sobre tu chamarra, desdichada porque te ibas. Entonces tomaste mi cara para secarla con tus pulgares y me besaste con todo el amor que tenías y yo te besé con todo mi ser. Recargaste tu frente en la mía, me miraste tomando mi cara con tus dos manos y agregaste -Tengo que renunciar a ti porque te amo demasiado y yo no estoy seguro si volveré. Por favor no me esperes, no guardes esperanzas y continúa con tu vida, tengo que irme- me besaste de nuevo, caminaste a nuestra mesa y dejaste encima unos dólares. Yo quedé sola e inmóvil en la nave con luces de neón y extraterrestres bailando. Pude ver como cruzabas la puerta y sentí el vació, el efecto del alcohol me paralizó y todo ese humo de cigarrillo me mareaba. Regresé mi vista a Elvis, me acerqué a él y desprendí el cuadro tan rápido como pude. Lo coloqué bajo mi brazo y salí del lugar. En la calle oscura y sin ruido, con los oídos sordos y el frío calándome, caminé con Elvis, ambos, estábamos solos y le conté lo que pretendía hacer.

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