viernes, 27 de enero de 2012

Destrucción

Como siempre, desperté mirando el techo claro y opaco. Tenía calor y mi mañana pasaba de las 12:00pm. -¿Por qué la gente tiene que hacer tanto ruido? los aborrezco. Permanecí unos segundos, el tiempo necesario para despertar completamente y dejar de creer que sigues soñando. Me detengo un momento entre la realidad y la quimera como intentando decidir qué sería mejor. 

Me levanté y la cabeza me sacudió de un mareo, me dolía. Ya no pensé más en la defecación, las ganas de mear se fueron junto con los bostezos y la flojera. Me repetía una y otra vez -Me duele la cabeza, debo hallar alguna pastilla.

Recorrí el cuarto buscando en cada parte. Saqué los cajones del buró y esparcí en el suelo todo su contenido. Caminé al tocador con la esperanza de que tal vez allí lograría encontrar la pastilla pero fue inútil. Corrí al closet y vacíe cada una de mis bolsas, revisé en los pantalones, todo esto sin éxito. Me desesperé, pude notarlo. Todo mi rostro comenzó a transformarse, el toro había llegado. Tiré toda la ropa al piso, las mochilas, los zapatos, los libros. Arranqué las sábanas de la cama y las almohadas volaron por los aires. El colchón terminó al otro extremo de mi habitación atestada de gritos y refunfuños. 

Estaba exasperada, invadida completamente por la ira. Intenté calmarme pero entonces mi reflejo a través del espejo me llamó, unos instantes bastaron para comprobarlo con el ceño fruncido me percibí enfurecida. Caminé siguiendo mis ojos y entonces decidí que no necesitaba que nadie me juzgara - ¿Qué me ves perra? - le grité a la del otro lado, tomé un frasco de perfume sin siquiera observar cuál era y lo lancé con todas mis fuerzas para terminar en un estruendo y cientos de cristales como en cámara lenta, como una inmensa ola caían a mi alrededor.  

Salí de ahí, aun buscaba las pastillas. Llegué al baño, arranqué las cortinas, y tire todo, el jabón el shampoo, el papel de baño, las toallas. El toro controlo cada parte de mí. En la cocina no estaba lo que buscaba. Derramé la leche y derribe el refrigerador, la comida quedo deshecha. Despedacé los platos y los vasos. Vacié la alacena. Llegué a la sala con un cuchillo, rasgué los sillones, corte la alfombra, de una patada el florero quedó hecho añicos, al igual que la pecera. El pez dorado brincoteo en el piso porque se ahogaba, lo pisé y batí para matarlo de una vez. El librero de mi padre, los discos de mi madre, el estudio, el garage, todo quedó en caos. El jardín perdió las flores y las macetas tiradas. El cuarto de mis padres quedó mil veces peor que el mío. 

Regresé a mi alcoba, transpirando frío y con la respiración agitada. Me tumbé al colchón sin importar que me cortara la espalda con los cristales. Cerré los ojos y los abrí de nuevo para mirar el techo claro y opaco. Ya no sabía lo que buscaba porque el malestar de la cabeza presa del terror huyó de mí. Contemplé mí alrededor sin forma y me perdí en los sueños.
 

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