jueves, 7 de abril de 2016

Chow Mein

Escuché a lo lejos el sonido producido por alguna cosa metálica que cae para golpear el piso, casi instantáneamente los perros cercanos comenzaron a ladrar. Desperté con aquello y a la espera de escuchar de nuevo algún ruido me quedé dormida. No supe de mi hasta el amanecer, cuando todo estaba iluminado y el día pintaba para caluroso. No tenía sueño pero la cama me arropaba de forma tan agradable que decidí permanecer unos minutos más y disfrutar del tiempo libre que tenía.
Sumida en pensamientos superfluos y faltos de seriedad evidente recordé el sonido que durante la noche me había despertado, automáticamente un arrebato de ansiedad recorrió mi cuerpo para llevar a mi cabeza la idea de descubrir la procedencia de aquél. Por alguna razón decidí que era importante, que un metal dando un golpe tan fuerte por la madrugada no podía ser una simple casualidad. Me vestí sin elegir las prendas y salí de mi casa presurosa para localizar la posible ubicación, busqué unos 20 minutos sin tener suerte. De nuevo el presentimiento, crucé la calle que se encuentra sobre la parte trasera de mi departamento, corrí en línea recta y doblé en el primer callejón. Llegué a una calle sin salida y avancé despacio, al fondo, un enorme contenedor viejo y oxidado de color naranja opaco con un graffiti, el dibujo iba adornado con símbolos chinos y figuras que parecían platos de comida. Me paré al extremo de la entrada, abrí lento y precavida la puertecilla rechinante de aquella enorme caja metálica. Justo en la entrada, encontré una barra metálica con manchas color café, al fondo un silencio penetrante y una oscuridad que escondía mis manos a mis ojos. Un fétido olor me hizo retroceder. Sentí de nuevo aquella sensación, quise correr pero mantuve la calma, saqué mi celular del bolsillo izquierdo del pantalón y encendí el led para alumbrar al fondo...

... Fue repugnante, fue excesivamente doloroso. En el techo colgaban enormes ganchos que soportaban el peso de al menos una docena de perros despellejados y ensangrentados, todos muertos, todos asesinados. Mostraban una zona magullada en la cabeza, parecía que algo los hubiera golpeado tan fuerte que los durmió para siempre.

Asqueada y perturbada con la escena, decidí marcharme. Antes tomé algunas fotografías, necesitaba evidencias para que el mundo supiera de esto. Di dos paso hacia atrás y giré el cuerpo para salir haciendo el menor ruido posible pero, a poca distancia de la entrada y por la parte de afuera me esperaba un hombre obeso y enorme que usaba un mandil blanco ensangrentado, en su mano apoyaba la barra metálica que había visto antes, la movía en el aire para azotar el otro extrema en la otra palma. Miré fijamente al hombre pensando en cómo correr para escaparme, pero antes de siquiera concluirlo el hombre sonrío y dijo  - El Chow Mein también queda delicioso con carne humana y más si es de una jovencita.

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